Había un loro viviendo en el Vaticano que había aprendido a hablar docenas de idiomas. Este loro brillante había vivido allí durante años, pero aunque tenía la capacidad de hablar con cualquiera, el clero lo ignoraba con frecuencia y se aburría. Un día, el loro descubrió un viejo teléfono rotativo escondido en una habitación olvidada dentro de las instalaciones, que todavía funcionaba. A pesar de la soledad del loro, y dado que era capaz de hablar tantos idiomas, el loro empezó a hacer llamada tras llamada, entablando largas conversaciones con cientos de personas que vivían en ubicaciones lejanas. Esto continuó durante algún tiempo. Cuando llegó la factura mensual del teléfono. claramente mostró miles de dólares en llamadas internacionales, y los obispos estaban furiosos. Una breve investigación reveló que el loro era el culpable. Para darle una lección, ataron al loro locuaz a una cruz con un cordel y lo dejaron en un sótano húmedo para rumiar sus acciones. Después de varias horas en la miseria silenciosa, apareció un rayo de luz brillante que iluminó un crucifijo antiguo de Jesús directamente a través del loro. De repente, Jesús le habló al loro: “Criatura mía, he venido a aliviar tus aflicciones” "¿Quién eres tú?" preguntó el loro. "Soy Jesucristo, ¿Sabes mi nombre?", le contestó Jesús. "¡No!", chilló el loro, "¿Cuánto tiempo llevas colgado ahí?" “Más de dos mil años, hijo mío”, le respondió Jesús. Con una combinación de sorpresa y miedo, el loro le preguntó: "¿A dónde llamaste?"